
Sentí un placer incómodo, repentino, cuando
Coltrane comenzó a tocar “My one and only love” solo para mi. Imaginé mi mundo derruido, roto. Y en la sordidez de mi vida decidí que llorar me salvaría, al menos de momento, del juicio inevitable iniciado en mi cabeza. Sentí cómo se me partía el corazón y que el viento arrastraba la mejor parte hasta sus manos. Y así, abierto y acicalado, la imaginé asintiendo para confirmar esa poderosa razón que siempre le acompaña, para devolverme el pedazo bueno.
Pessoa me dice hoy que “el mundo es de quien no siente”, y yo lo creo. No me atrevería a contradecirle. Con el corazón recompuesto le pedí a Spotify la versión de
Sting incluida en la Bso de la pelicula “Leaving Las Vegas”.

No es lo mismo que escuchar a
Coltrane, ya, pero me identifico con
Nicholas Cage en la historia, aunque yo no bebo. Sí, es un actor pésimo, pero su sufrimiento es creíble. Una vez se la escuché a pelo a
Michael Brecker, entre un grupo de amigos muy queridos, después de un concierto. Un privilegio. Y la melodía me acompaña desde entonces. «My one and only love». Finalmente quité el contacto y me bajé del coche. De las lágrimas aún no he podido librarme.